Certamen literario 2009

Selección de algunos de los trabajos presentados y premiados en el certamen celebrado en la primavera de 2009.

UN CONTO DE FADAS SEN FADAS

 A páxina en branco

Érase unha vez un escritor sen inspiración. Existía algo máis triste?
Toda a súa vida soñara con escribir un libro. Toda a súa vida soñara con crear unha desas historias que che atrapan, que che fan rir ou chorar, que marcan a túa vida.
E con todo, canto máis empeño puña na súa tarefa menos lle convencía o que ía aparecendo nas súas páxinas baleiras. O papel sempre se enchía de letras, de tachóns, de anotacións nas marxes. Pero el sentíaas mortas.

Deixouno. Tirou a toalla como quen di. Deixou que pasasen os anos. Encerrado nunha oficina nun alto rañaceos traballaba como “broker”, negociando aquí e alá, xogando con números e iso tan vanamente insustancial que adoitan a chamar diñeiro. Xa non lía novelas de suspense e libros de poemas, senón informes estúpidos, grandes cantidades de diñeiro que ninguén vira xamais. Miúda sandez. Dalgunha forma debía gañarse a vida. Non credes?

Un poeta, un escritor encerrado nunha oficina. Notaba como morría por dentro. Non lle gustaba pensar niso. Non era feliz en absoluto, pero iso era algo que se gardaba para si mesmo.

Unha tarde fría de xaneiro, paseaba o bo home pola beira do mar. Sentouse nas rochas a observar ledamente a posta do sol, o cal mergullábase lentamente tras a liña que separaba o mar do ceo laranxa. 

O vento quente acariñáballe a cara. Comezou a chorar sen querelo.

Estaba tan farto de todo aquilo… necesitaba ser quen era de verdade. Quería gritarlle ao mundo as súas historias e contos de fadas.

Sempre levaba con él unha pequena libretiña e un lápis para anotar direccións e números de teléfono. Así que sacouna do peto con destreza.

-Ben. –díxolle o lápis- Aquí estamos amigo meu, unha vez máis xuntos neste xogo. Ti, eu, a folla en branco e a miña realidade. Serei quen de plasmala? Quizá sexa demasiado triste, non cres?

Qué é máis triste que un escritor sen inspiración?

Pensou en susurrarlle a súa vida ao papel, pero enseguida descartou a idea…  a súa vida era monótona e aburrida, era peor que un conto de fadas sen fadas.

 Helena Pereiro Lago-Bergón (2º BACH)


No es para ti

Hay un espacio en mi corazón, pero no es para ti,

lo que haces con tu corazón no tiene que ver conmigo.

La primera vez que te vi ya sabía que eras para mí,

hay un espacio en mi corazón, pero no es para ti,

Cuando me ves por la calle, no me besas,

Todo el camino con el peso del silencio.

Hay un espacio en mi corazón, pero no es para ti,

lo que haces con tu corazón no tiene que ver conmigo,

No se si te dejo o me quedo, o te beso o te grito, o te abrazo o lloro.

Hay un espacio en mi corazón pero no es para ti.

En el mundo hay alguien para mí, pero no creo que seas tú.

 Lucy Martínez Sabri (1 ESO)

       LO QUE UNO MÁS QUIERE EN EL MUNDO 

Todavía seguía andando por la acera, había perdido el rumbo, la noción del tiempo, el frío... Siempre el mismo camino, sin pararse a pensar, a recordar.

Aquella mañana pocas cosas importaban, todo había pasado, las cosas perdidas ya nunca podrían recuperarse y aquel arrebato de locura nunca podría ser perdonado.

 Está lloviendo, se oye el chocar de las olas contra las rocas. Un acantilado. El cielo gris, el viento soplando con fuerza. Se sienta, ahí mismo, casi al borde. Siempre le ha gustado el viento. Pasan las horas, la lluvia persiste, el viento sopla cada vez con más fuerza. Mejor, piensa, mientras coge todo el aire que puede, intentando llenarse los pulmones de la tranquilidad que le proporciona el viento. Curioso, el viento que nunca está en clama consigue calmarla a ella.

De repente, todo para, un momento de tranquilidad, de la que no le gusta. ¡No! Las voces; recuerdos; imágenes; sueños… No, sueños no; pesadillas…Chilla, chilla con todas sus fuerzas, expulsando con ello el aire que había cogido instantes atrás. Se levanta, aún chillando, y se libera de todo lo que tiene en las manos. Tira algo hacia arriba. Un bulto blanco cae al mar, con fuerza, a un mar aparentemente en calma. Unas cintas azules atadas a un pompón luchan contra la amenaza de nuevas olas. Intenta respirar, no puede, acaba hiperventilando. Otra vez no. Vamos, cuenta hasta 10… 1, 2, 3, 4, 5…

Vuelve a llover, mejor ahora. Poco a poco se va tranquilizando. Ya está. Se hace de noche, ya es tarde. Vuelve a casa. ¡Nada como un buen paseo! Las olas contra las rocas… Se oye un llanto. ¡No! De nuevo, ¡no, no, no y no! Echa a correr al lugar en el que se había sentado, la voz que hay dentro de su cabeza sigue insistiendo, no… Se asoma al acantilado, nada. Hace memoria. Ahora echa a correr a hacia su casa, aún hay esperanza.

Abre la puerta, nada, de nuevo nada, en ninguna habitación, ni un alma… Bueno, quizás la suya. ¿Por qué?

 Ella había conocido el final desde el principio, incluso antes del comienzo de aquella vida perdida había sabido que no habría forma de evitarlo, que la muerte no perdona los errores y la locura no conoce límites. Sabía que no debía haberse arriesgado…

 (Año y medio antes) 

Una puerta, amarilla con letras en verde. Por algún motivo se la había imaginado blanca. Aquello debía ser sólo para los manicomios. Sin embargo, el doctor Fernández había decidido decorar la suya a su estilo. Alberto Fernández, decían las letras, verdes e irregulares, como si aquello hubiese sido escrito a mano. Qué tontería, estaba segura de que sí, de que había sido escrito a mano.

Le habían recomendado ese psiquiatra más por su forma de ser, la del psiquiatra, que porque fuese conocido, aunque en cierto modo quizás sí debía serlo, si no, no habría llegado hasta él. En cualquier caso estaba segura de que él le convenía, de manera que entró. 

Una habitación tan extravagante como la puerta, me invitan a sentarme. Estupendo. Asiento, sí, mi nombre es Ruth. ¿Apellido? Liria. ¿Embarazada? También. Increíblemente es por eso por lo que estoy aquí. ¿Mi hijo algún problema? No, claro, aún no ha nacido… Empiezo a preguntarme si la que está mal de la cabeza soy yo o me he confundido y soy una psiquiatra que hace de paciente mientras intenta calmar a un paciente que cree ser psiquiatra. ¿Qué? Intento recordar la carrera. Nada, no la he hecho. Definitivamente, soy una paciente.

-       ¿Qué cuál es mi problema dice?- digo. No sé, para algo he venido.- Que me han enviado aquí y no entiendo nada- miento.

-       Veamos, según su historial clínico, inestabilidad mental. Todo un récord, tiene usted un problema pero no se sabe cual o, si se sabe, no se lo vamos a decir.

¿Qué? Perfecto, y ahora me dirá que no debo tener el niño.

-       Quizás no debería usted dar a luz, puede que el resultado acabe siendo el mismo …

Lo que yo decía, nada de hijos. Pues resulta que son míos, bueno miento, es mío, mi hijo, será un niño. Sí, lo sé. ¿Mismo resultado? Se supone que si no estoy en un manicomio es porque lo mío, si es que de una vez se aclaran con qué tengo, se puede controlar, ¿no? Pues se controla, y punto.

No lo hagas. Ahí está, la voz, mi voz, insistiendo, molestando, como siempre. La misma voz que me hace chillar, recordar todo aquello que me gustaría olvidar… Sí, esa voz, la que después se arrepiente de lo que, por su culpa, hago.

-¿Quién eres?- Le pregunto siempre.

Nunca me contesta.

Lo perderás, lo sabes, no lo hagas, no te arriesgues, será peor. Sonrío, le doy las gracias al médico, perdón, psiquiatra, y me voy. No insiste. Ya sé por qué me lo recomendaron. Me va a dejar hacer, no me va a encerrar. Así me gusta. Feliz, o eso creo, salgo a la calle. De aquí todo irá a mejor, o eso espero. No funcionará.

 …Ahora, el arrepentimiento se va apoderando de ella, lentamente, consumiéndola. Mira hacia el suelo, no quiere enfrentarse al mundo, no se atreve. Oye voces, por primera vez no son suyas, no sabe de quién son… Tampoco importa. Nada importa realmente. Con la vida perdida de un hijo y la culpa sobre su espalda, una sola cosa persiste en su mente con gran intensidad, huir.

Irene Fernández Marcos  (4ºESO) 

 

Tenía la voz como rota

Tenía la voz como rota. Se le quebraba en la garganta, justo antes de salir por la boca.

 Y los ojos se le humedecían lentamente… de una forma inconsciente, incontrolable.

 Mil sentimientos se agolpaban intentando emerger a la superficie… peleando por salir.

 Se sentía sola, muy sola…

 El oscuro y mugriento sótano de la casa era grande y feo… y daba miedo, mucho miedo… La humedad se le metía entre las ropas y dentro de los huesos… las goteras mojaban su pelo, y la soledad que impregnaba el aire le llenaba el corazón y le ponía muy triste…

 Todo iba mal…

 El corazón le palpitaba  increíblemente deprisa… su respiración era entrecortada, y un sudor frío le cubría todo el cuerpo… La niña se mecía silenciosa sobre si misma… con las rodillas fuertemente agarradas y los ojos cerrados. Llorando, gimiendo pavorosamente.

 Al fondo de la estancia se erguía un espantapájaros gigante… un espantapájaros en tonos negros y naranjas… de oreja a oreja se extendía su sonrisa con forma de media luna.

 Se escuchaban susurros detrás de las sombras más oscuras… cancioncillas… palabras sueltas, sílabas entrecortadas…

 De un viejo piano en una esquina comenzó a borbotear una dulce melodía… sencilla… lenta… suave. El piano sonaba solo… como si unas manos invisibles acariciasen cuidadosamente sus teclas…  que bajaban y subían… bajaban y subían… bajaban y subían movidas de aquella forma sobrenatural.

 Destartalado, viejo, carcomido por las polillas… sonaba el piano.

Y el viento que se colaba por las ventanas rotas le acompañaba, silbando suavemente, como tarareando una nana… una nana dulce y escalofriante a un mismo tiempo…

 Rayos de luna llena se colaban entre las cortinas raídas bañando el sótano de triste penumbra.

 ¡Bam!

El baúl de los disfraces se abrió de un golpe seco.

Gorros, bufandas, guantes, vestidos, camisas… volaban, bailaban rozando el techo.

 El suelo temblaba.

Las sillas se movían solas… y las escobas salían del armario… y las herramientas de los cajones… y todo bailaba, todos bailan. Todos llenos de vida… Todos menos ella… acurrucada en su rincón,  asustada.

 Sintió de pronto como unas manos rozaban su espalda. Su corazón dio un vuelco. Sus ojos se abrieron de golpe… en su cara se dibujó una mueca de horror.

Las manos eran huesudas… gélidas, frías como el témpano.

Gritó… gritó con el poco aire que le quedaba en los pulmones…

Una mueca de terror se dibujó en su rostro infantil.

 Y entonces todo paró.

 Calma.

 Silencio.

 Ya nada bailaba… la música había parado… el viento no soplaba… todo estaba en su sitio.

 Se volvió. Allí estaba su hermana mayor… tan alta… tan guapa… tan segura de sí misma.

 -Pensé que te había pasado algo. ¿Por qué tardabas tanto? Al final tuve que bajar a buscarte…

 -Había… yo… -dijo la niña con voz trémula.

-No había nada tonta. Aquí no hay nada… solo trastos viejos. ¿Cuántas veces tengo que repetírtelo? Vamos… que llegamos tarde y aun tienes que vestirte.

Le cogió de la mano con fuerza y empezó a andar con seguridad hacia la puerta… La niña giró la cabeza y miró hacia atrás por un breve instante… justo a tempo para ver como el espantapájaros le sonreía macabramente desde el fondo de la estancia.


Helena Pereiro Lago-Bergón (2º BACH)