El leñador, el cazador y Robin


Las mañanas de invierno en la casa de Robert eran frías y la soledad de los bosques se colaba por las ventanas e inundaba su hogar de tristeza y ansiedad. Por ello, Robert siempre encendía una hoguera con leña de pino recién cortada que hacía calentaba la humilde cabaña.
La noche caía rápido en las montañas, y el bosque pronto quedaba cubierto por un tupido manto de oscuridad mientras que el humilde leñador mecido al lado de su confortable fuego  se adormecía y entre sus ásperas manos quedaba preso un libro desgastado. 

Fue en una de esas habituales noches cuando el leñador notó un ruido que provenía de su ventana. Imperturbable, continuó con su sueño que, una vez más,  se vio interrumpido por el la dichosa ventana. Robert se acercó hacia la ventana para intentar cesar el  fastidioso sonido, pero el ruido no procedía de la ventana sino de algo que se encontraba al otro lado del empañado cristal. “Déjame pasar por favor, leñador” suspiró una voz tenue y afinada. Robert bajó la mirada y encontró a un pequeño pajarito, qué casi sin aliento suplicó una vez más “Por favor leñador, puedo entrar en tu hogar, prometo no causar molestias, pero advierto que me traigo conmigo una ola de peligro”.

El cazador observó a la pequeña criatura y contempló una herida de la cual se derramaban poco a poco gotas de sangre. “Pasa pequeño gorrión, tu pobre ala está  herida, pero no prometo ofrecerte más que una hospitalidad convencional, el bosque está lleno de numerosos peligros de por sí, no puedo permitirme uno más, tendrás que partir al amanecer.” “Así será, permitid que exprese mi eterna gratitud, vuestro modesto gesto ha demostrado mas amabilidad en un instante de la que he gozado en mucho tiempo.” “¿Cómo os llamáis pequeño gorrión?” “No lo sé, me han llamado por tantos nombres, “Pajarito”, “Bird”,  “Éan”, pero el nombre que más me gusta es Robin.” “De acuerdo” dijo el leñador. “Ven al fuego, Robin, un pobre pajarito como tú debe estar helado en una noche como esta.”
Robin brincó hasta dónde se encontraba la hoguera y calló con agotamiento al suelo. La herida seguía sangrando y el leñador se apresuró a vendarla.  Contempló entonces que la herida no sólo había sido producida por un  corte profundo sino que también había roto algunos huesos.

 “Cuéntame pequeño gorrión ¿quién ha dañado tu ala?” susurró Robert mientras que cortaba la venda a medida. “Un vil cazador, el me capturó de mi nido y me enjauló en lo más profundo del bosque.  Al subir el sol me hacía cantar una melodía y al caer la tarde otra distinta, decía que adoraba mi voz, me decía  que de todos los animales yo era su preferido, me trataba muy bien, pero yo sólo quería salir de mi jaula, solía atarme un hilo a mi patita y el otro extremo a su dedo dejándome salir al aire libre, ese era el único momento en el que podía volar. ¿Has volado alguna vez, leñador?” “Muchas en mis sueños.” “Entonces sabes como es esa sensación, es como…no se describírtela…primero sientes algo en tu estomago como si una pipa se hubiera quedado atascada, aunque no piensas que estas volando, luego empiezas a agitar las alas pero aún así notas los granos de tierra debajo tuyo y justo cundo parpadeas y vuelves a abrir los ojos te das cuenta que estás ya en lo más alto, tan alto como uno de esos árboles que os gusta talar tanto a los leñadores,  sin embargo, es  cuando notas el viento entre tus plumas es sólo cuando puedes decir que eres libre, entonces notas el hilo que tira de ti para que bajes, advirtiéndote de que estas muy alto,  y te das cuenta de que no eres libre, que sólo eres un pajarito de jaula.” 
Robert miró al indefenso Robin a los sus ojos negros como los suyos y con su voz raspada y profunda dijo “Estas a salvo querido gorrión, no hay más cazadores por estas zonas, descansa unos días en este hogar hasta que puedas volver a volar.”
Robín cerró los ojos y calló en un profundo sueño.
A la mañana siguiente, el leñador se despertó de mecedora, observó el lugar donde yacía la noche anterior Robin, este se encontraba ahora vacío y en la madera sólo quedaban algunas plumas y tres gotas de sangre. “Robin, ¿a dónde has ido?” “Estoy aquí leñador” dijo una vocecita tímida y afinada que provenía de su regazo. “Tuve una terrible pesadilla y me subí a tus rodillas, lo siento si estas enfadado” “No, no te preocupes, sólo pensaba que te habías marchado” “Aún no” respondió Robin.
“¿Qué apetece desayunar gorrioncito?” “¿No tendrás un poco de agua fresca, ayer vine volando con sólo un ala.” “Claro que sí, ahora mismo  te la traigo, también tengo algunas pipas  si tienes fuerzas para comer.”  “Gracias leñador.”
Después de unos minutos Robert trajo consigo en un mano un pequeño cuenco lleno de agua y el la otra, cerrada en forma de puño unas cuantas pipas y piñones. Robin comenzó a beber el agua del río con una rapidez deslumbrante.

“¿Por qué te hiciste leñador?” preguntó de repente , “No lo sé, supongo porque mi padre lo fue antes que yo y mi abuelo mucho antes” “Y tu hijo también lo será ¿verdad?” “No tengo hijo, para tener un hijo hace falta una mujer, por estas partes del bosque es poco probable encontrar a hembras.” “Yo soy una hembra.” Contestó Robin, en ese momento el leñador lanzó una fuerte carcajada. “No, tu eres un lindo pajarito” “¿Hace cuanto que no ves a una hembra?” preguntó el gorrión. “No lo sé, desde que no voy al pueblo supongo, hace un año…creo.” Robin soltó una risa melódica. “¿Como puede ser eso? ¿No te apetece ver a chicas, cortejarlas?” “No digas tonterías gorrión, eso de cortejar es una estupidez, cuando verdaderamente amas, lo  dices y  ya está, no hace falta realizar refinados rituales y recitar absurdas rimas para captar la atención” “Eso no es cierto, leñador, pronunciar unas palabras no es suficiente si quieres de veras demostrar tu afección. Hasta los animales son románticos, y realizan muestras de cariño, como unas ardillas dándose frutos o dos cisnes haciendo figuras en el agua, los gorriones tenemos una costumbre muy antigua para expresar nuestro amor.” “¡Qué tontería!”  exclamó Robert. “Es cierto dejamos en el nido de nuestro amado una flor de crocus”  “Una flor ¿de qué?” “Ay, vivís en un bosque repleto de belleza que os negáis a observar, crocus, es una florecilla blanca con los pétalos en forma ovalada y un centro amarillento que tiñe sus alrededores, es raro verla por estas partes del bosque, el vil cazador las solía arrancar de su jardín, decía que eran malas hierbas fruto de la oscura primavera.”

El leñador contempló con ternura a la querida criatura y comprendió entonces lo mucho que debería haber sufrido, ésta cargaba con temores e historias terribles para los oídos de muchos. El pequeño gorrión había convivido con el lado más salvaje de los bosques y la crueldad de su jaula moldeó un ser rebosante de una necesidad por ser querido y un gran deseo por querer.
Los días fueron pasando y el pequeño gorrión se recuperaba poco a poco gracias los atentos cuidados del leñador que disfrutaba cada vez más de su compañía. Agradecía no estar sólo, algo que no le había sucedido en mucho tiempo, se acostumbró  a las largas noches frente al fuego con Robin en su regazo cantando las historias que antes solía leer, a sus pesadillas, las cuales nunca describía, pero con las que siempre despertaba llorando y al sonido de su voz al decir “Buenos días” y  “Qué descanses, leñador.”

Fue una tarde a finales de invierno cuando el pequeño gorrión exclamó “¡Mira leñador, mira, ya no necesito más la venda!” Efectivamente, la herida por fin se había curado y los huesos ya no estaban rotos “Me alegro mucho pequeño gorrión, ya puedes marcharte si deseas” “¿Quieres que me marche?” “¡No!” dijo Robert. “Entonces, ¿puedo quedarme aquí, siempre?” “Me encantaría que fuera así, pero quiero que sepas que puedes echar a volar cuando quieras, esto es un hogar, no una prisión.” “Pero, leñador, si vuelo no podré regresar” “¿Por qué dices eso?” “ Soy un pequeño gorrión, ¿recuerdas?, me persiguen muchos temores, si me ven volar podrán saber que estoy aquí, y no podría ver como te cazarían a ti también.” “Tengo un hacha fuerte y afilada para cualquiera que intente romperte las alas otra vez.” “Es inútil, querido leñador, no serviría de nada, el  cazador te atravesará con su flecha de odio antes de que te puedas acercar a él.” “No puedes temerle eternamente, vuela cuando lo desees, canta cuando te plazca y que venga si se atreve el  despreciable cazador, que aquí le espero.” “No sé como te podré agradecer todo lo que has hecho por mi, sólo soy un simple pajarito.” “El más simple y extraordinario pajarito que he conocido, ahora cierra los ojos, ha caído la noche y la mañana nos espera.” 

El sol se alzaba entre las montañas, perezoso como todas las tempranas mañanas alumbró los bosques de la misma manera que siempre. Robert despertó cuando el primer rayo de sol atravesó la ventana. “Buenos días querido gorrión” dijo desperezándose. Pero Robin no se encontraba en su regazo, ni al lado de la chimenea, inquieto, el leñador comenzó a buscar por la cabaña pero no había rastro su pequeño gorrión. Salió al jardín y por fin divisó a lo lejos una figura, supo entonces que era Robin, aliviado lanzó un distante saludo.

Súbitamente se oyó un grito que sólo duró una milésima de segundo y pronto se desvaneció junto con el último rastro de la noche. Robert giró la cabeza en dirección hacia donde había escuchado el grito pero no divisó nada, Robin había desaparecido en el cielo. Entonces vio como se aproximaba en la distancia un pobre ser magullado. Su pequeño gorrión calló desplomado pero en el último instante consiguió ser atrapado por Robert. “¿Robin, qué te ha pasado? ¿Qué te ha hecho  ese vil cazador?”  “Oh, querido, leñador el cazador ha muerto, pero su muerte ha sido más lenta que su flecha.” “No, pequeño gorrión, no puedes irte así… ¿qué yo haré sin ti? No lo entiendes, no he podré despertarme cada mañana y decirte que te quiero, es cierto aunque no lo he sabido hace mucho pero sé que siempre ha estado ahí esperando a tu vuelo.” “Ya lo sé mi querido leñador, lo supe cada vez que cambiabas mi venda, o cuando me arropabas en tu regazo, y cuando me despertabas con tu canto por las mañanas” entonces,  el último latido de el pequeño gorrión  se vio interrumpido por  un “gracias por salvarme Robert…”  El leñador contempló el cuerpo de su querido gorrión atravesado por el corazón por una afilada flecha y desprendiendo densas gotas de sangre en la hierba que tiñeron a su vez una florecilla de color blanco con un centro amarillo y pétalos ovalado. Entre las montañas de el frondoso bosque no se escucharon esa temprana mañana mas que tres sonidos, el de la muerte de un vil cazador, una  voz tímida y afinada y las últimas palabras de un leñador “Qué descanses mi amor.”

Sara Moreno Madrigal  (1º BAC)

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